Melisa + Esteban

Por más vueltas que necesite, el amor siempre encuentra su forma, su camino, su fuerza. Es brújula: sabe a dónde ir. Es calma: sabe cómo esperar. Es energía: sabe transmitir coraje. Sabe, sobre todo, acortar distancias, ser refugio y calidez aun a lo lejos.

MEDELLÍN + BOGOTÁ

Cuando Melisa tenía quince años, viajó un fin de semana a Bogotá a visitar a un primo. Un viaje casual, cotidiano, que le mostró por primera vez a Esteban: el mejor amigo de su primo. Se vieron, se conocieron y pasarían muchos años en esas: sabiendo que ella era la prima y que él era el amigo, sabiendo que él tenía novia y ella novio, sabiendo que existían, pero eso no cambiaba el universo de ninguno.

Conversaban y se veían de vez en cuando, cuando alguno de los dos viajaba casualmente a la ciudad del otro. En esos ires y venires, se vieron en un cumpleaños de ella en Medellín y después en el de él, en Bogotá. Esa noche, en la casa de Esteban, se hicieron novios y desde ese día estarían juntos —pero en la distancia— durante cinco años.

Pasó un año más, él ya viviendo en Medellín. Fueron tantas las despedidas tristes, los “me haces falta”, la ilusión de verse cuando quisieran y no cuando pudieran, que por fin decidieron vivir en el mismo lugar. Por fin podían saber que estaban a menos metros, para disfrutar de la música, de una salida a comer, de viajar en su jeep y conocer el país por carretera, de ver Netflix un día de semana. Por fin podían reconocer y querer la naturaleza de cada uno más de cerca: ella sensible, él racional. Ella de dulce, él de sal. Ella extrovertida, él tímido. Por fin.

PUNTA CANA

Para celebrar que habían pasado cinco años juntos y también, que ya estarían viviendo en la misma ciudad, hicieron un viaje a Punta Cana. Cuando uno le pregunta a Melisa si sospechaba algo, dice que no. Ya habíamos tenido un viaje a Europa, donde pensé que me iba a pedir matrimonio… en este me relajé, me quité eso de la cabeza. Además, le había ayudado a empacar la maleta y nunca vio algo distinto. Ella, tan detallista y tan diestra para darse cuenta de todo, no lo descubrió.

Era abril de 2018. Varios meses antes —en octubre— Esteban había comprado el anillo y varios días antes le armó un cuento a Melisa: quería filmar todo el viaje, guardarlo para siempre en videos, tener recuerdos tangibles. Esa noche —la noche— salieron a comer en un restaurante en la playa. Él ubicó el trípode con la cámara y le habló: del futuro, de la nueva vida en Medellín, de esos cinco años caminando de la mano, de la fuerza de su amor para no rendirse en la lejanía. En medio de esa conversación, sacó un álbum que Melisa ya conocía: ese álbum que ella le había dado en el primer año, ese al que le había dejado hojas en blanco para seguirlo completando en los años que vinieran… Entonces, le señaló una de esas hojas diciéndole que esa página, en especial, era para la foto del matrimonio. Después, le mostró el anillo. Vinieron las lágrimas de ella, el estado de pasmo por tanta felicidad, más y más lágrimas, los abrazos emocionados y el obvio me quiero casar contigo, de ella.

Terminaron la noche celebrando en una fiesta en la playa, a la que se unieron varios huéspedes del hotel que los felicitaron cantando, bailando, aplaudiendo por ese amor. Y entonces, lo sintieron: el amor.

LA DECORACIÓN

Su gusto por el amor, por las historias, por los detalles es legendario. No lo oculta: cuando llevaba tres años con Esteban y vio que esta Libreta morada daba charlas para novias en el centro comercial Santafé, no dudó en ir: así no tuviera anillo, así no tuviera fecha, así no tuviera nada… le gustaba ese universo donde se van tejiendo ideas para celebrar el cariño de dos. También hizo dos cursos de wedding planner. Sabía que necesitaría mínimo un año para planear con toda la calma la fiesta. Entonces, después de ese 20 de abril, sacó su cuaderno de notas y comenzó a escribir la historia.

Sus prioridades fueron el lugar, la fotografía, la decoración y la rumba. Quería algo campestre, inusual y cuando llegó a la sede de Santamonica en Llanogrande supo que hay lugares a los que también pertenecemos sin haberlo sabido. Ese era el de ellos, el de ella. Después de saber que sería allí, reservó la capilla, la fotógrafa, la decoradora y el dj (con un año de anticipación) y a partir de ese momento, dice ella, por fin tuvo tranquilidad para planear con toda la dedicación. Hizo moodboard de vestidos, de elementos claves, playlist de canciones, tenía una agenda donde de vez en vez escribía frases sueltas para sus votos… Melisa fue una novia milimétrica, que se gozó su personalidad perfeccionista en su punto más agudo.

Querían una decoración romántica, que cada elemento estuviera puesto allí por una razón: incluyeron el Eucalipto porque es uno de sus árboles favoritos. Dieron una vela con olor a Pino de recordatorio, porque es otra de las plantas que más les gusta. Gran parte de la iluminación estuvo a cargo de faroles, porque tienen un especial gusto por ellos. Los marcadores de las mesas tenían cuarzos rosados, por ser la piedra del amor. Las copas del brindis eran de cristal checo, la ciudad del abuelo de Esteban. Había un árbol de deseos, para que los invitados los llenaran de palabras, de consejos, de mensajes bonitos, de energía.

Fue entonces, una decoración sin algún concepto definido y mejor con lo que les gustaba: plumones, tonos pasteles en las flores, mucha naturaleza. Sobria, sencilla. Que tuviera mucha relación con las invitaciones.

LAS INVITACIONES

Melisa es ingeniera de diseño. Conoce de estética, de arte; pero no de ilustración. Entonces, se metió a clases de acuarela para diseñar sus propias invitaciones. Ana, de Tintera Taller, fue su maestra y su cómplice en el proceso. Le enseñó y dibujó parte de las tarjetas. Melisa trazó la principal: dos tortugas (porque por alguna historia de esas que se tejen entre las parejas se dicen patugo y patuga, que hace referencia a tortugas bebés) en medio de varias flores y alrededor lo que ese animal significa en varias culturas: persistencia, estabilidad, constancia, protección, equilibrio, amor, calma, paciencia… como haciendo alusión a ese cariño de ellos dos, a ese camino que vivieron, a esa vida que han sentido. En el sobre, venían pegadas dos estampitas: una de Medellín y otra de Bogotá, ambas unidas por un hilo rojo. Ana, de Tintera Taller, le dio el toque final: el mapa para guiar a los invitados y la ilustración del dresscode. El resultado, más que una invitación, fue un regalo de arte, una oda al color, una historia dibujada.

EL VESTIDO

Los contó: se midió 37 vestidos. En cada medición estuvo su mamá acompañándola. El cuarto que se probó, fue el que, al final, eligió. Lo compró en Sposa Mía, pero lo pidieron directamente a Barcelona porque en Medellín no estaba su talla. Lo compró en octubre y llegó en febrero. Cuando por fin lo tuvo, cuando por fin se lo puso, no contuvo las lágrimas: tipo princesa, de espalda descubierta y con detalles precisos. Con una falda en tul, muy liviano, para que pudiera sentarse, bailar, para que no se tuviera que cambiar. Justo lo que imaginó.

A ese vestido le agregó una chaqueta de jean, que bordó ella misma en las clases en las que estuvo. También se la llevó para su luna de miel, para recordar que se gozó cada minuto de esta celebración, para no olvidar que el amor es una catarsis de nuevos aprendizajes.

MÁS DETALLES

Dentro de esta historia hay varias más. Esas que cuentan el porque sí, los motivos. Está la de las cajitas que Melisa y Esteban les dieron a sus papás ese día en la mañana: cadenitas para ellas y relicarios para ellos, con mensajes de agradecimiento, de alegría por poder contar con sus compañías ese día y en esta vida. También la que él recibió y lo sorprendió tanto: con un pañuelo bordado por ella, una copa para brindar toda la noche, un kit hangover y un porta pasaporte para la luna de miel.

Está la historia de las panderetas que ella misma hizo para darles a los invitados a la salida de la ceremonia, como un ritual de buenas energías, pues dicen que ese sonido ahuyenta las malas vibras. Está la historia de los postres, que incluyó esa torta de arequipe y fresas que disfrutan tanto los dos. Está la historia de las Costeñitas, las sodas saborizadas y el bar abierto que tuvieron desde temprano, porque así suelen gustarles las fiestas a ellos. Está la historia de la música, tan esencial en la vida de ambos: él entró con Flying to the Moon, de Frank Sinatra; durante la ceremonia sonó Prometo, de Fonseca; durante el coctel, Clave de Dos tocó la piel de todos con sus melodías; para el primer baile hicieron un mix de tres canciones relevantes en su amor: Perfect, de Ed Sheeran; Princesa, de Ken-Y y Un año, de Sebastián Yatra y Reik. Para la rumba, nada de máquina del tiempo con Macarena o el Meneíto y sí una hora loca de reguetón viejo, en la que se pusieron tenis para bailarla con toda, hasta el final.

Como les decíamos, esta es la historia de varias más. Porque así es y ha sido el amor de Melisa y Esteban: de muchos caminos, muchas formas, muchas llegadas. De muchos encuentros: sobre todo eso. Un amor que sabe tejerse y se encuentra una y otra vez en eso que ha tejido.

. . .

Meli y Esteban, que esta y todas las historias sigan, que las vivan a su manera, que las sellen con su eco. Que el amor encuentre sus caminos, sus formas y su fuerza. ¡Feliz vida!

APUNTES FINALES

¿Qué consejos les darían a todas las parejas que en este momento están organizando su matrimonio?

Que se disfruten cada momento de la planeación del matrimonio, que sean conscientes de cada segundo porque el tiempo pasa volando.

Tres cosas que consideren clave para que una relación sea un éxito:

Amor incondicional, buena comunicación y constancia. 

Un error para no volver a cometer:

Querer hacer todo sola sin pedir ayuda. 

¿Para dónde se fueron de luna de miel? ¿Por qué eligieron ese lugar?

Estuvimos 16 días en España: Madrid, Granada, Barcelona, Ibiza y Formentera. Queríamos una luna de miel en la que pudiéramos conocer (yo no conocía España y Esteban no conocía Granada, Ibiza ni Formentera), disfrutar de la compañía de los dos haciendo lo que nos gusta, comer rico, conocer lugares nuevos, caminar recorriendo la ciudad y descansar en un lugar paradisiaco al frente del mar.

En Ibiza, estuvimos hospedados en un hotel que queda en un pueblito que se llama Santa Eulària des Riu, donde es lo opuesto a la rumba de Ibiza, es un lugar muy romántico, tranquilo y fue perfecto para terminar nuestra luna de miel. Además, la recorrimos en carro y conocimos diferentes playas hermosas. También fuimos a Formentera un día y recorrimos toda la isla en moto, fue una experiencia en la que nos sentíamos en una película, porque pasamos por campos de girasoles, fuimos a diferentes playas y conocimos los molinos de la isla.

ESTE TEXTO FUE ESCRITO POR JULI LONDOÑO PARA LLM.
(EN INSTAGRAM LA ENCUENTRAN COMO @CARECOCO). HERMANA DE PABLO, DE SANTIAGO, DE FELIPE. PERIODISTA, ENAMORADA DE LAS LETRAS HECHAS LIBROS, HISTORIAS, VIAJES, CANCIONES DE SABINA. SU FIRMA TIENE –SIEMPRE– UN ESPACIO EN LAS PÁGINAS DE ESTA LIBRETA MORADA.

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