El amor permanece: Salomé + Camilo

Apuntes

Si algo nos ha dejado este tiempo es una lección de impermanencia: no hay más certeza que el ahora. Suena a frase hecha, a lugar común; pero no por ello deja de ser la verdad que queda. Se aplazaron los eventos, las fiestas, los brindis como los conocíamos; llegaron las reuniones íntimas, el calor de hogar se hizo evidente, los abrazos salvaron los días. En todo caso, el amor permanece. Y eso es otra certeza que alivia.

Esta es una nueva sección —o la misma, adaptada a esta época— de historias. Más breves, más espontáneas, más exprés, porque así sucedieron. La vida cambió todas las preguntas y, entonces, hubo que inventar otras respuestas: matrimonios en tiempos de Covid-19.

Primera entrega: Mariam + José Pablo
Segunda entrega: Natalia + Alejandro
Tercera entrega: Sara + Juan José
Cuarta entrega: Gina + Carlos

QUINTA ENTREGA: SALOMÉ + CAMILO

Cuando cuentan su historia se siente en el aire una alegría inusitada. Hay una energía poderosa en sus miradas, en sus risas, en su goce. Hay un equilibrio justo en lo que dice él y en lo que contesta ella. Salomé y Camilo tienen ese don de las parejas felices, ese secreto bien guardado de dos que se quieren de una manera tan diáfana que el resto del mundo se desvanece.

No recuerdan el momento preciso en el que se conocieron. Desde los 17 años saben del otro porque Daniel, un primo de Salomé, y Camilo son inseparables. Se veían en fiestas y salidas, sin notarlo siempre estuvieron ligeramente cercanos. Salomé estudió Publicidad y Relaciones Públicas en Barcelona, llevaba viviendo seis años en España cuando Camilo viajó a Milán para estudiar un máster en Mercadeo. Hablaban de vez en cuando, como dos conocidos que se saben cordiales. En 2018, en unas vacaciones, coincidieron los dos en Medellín. Se vieron en alguna fiesta, conversaron, a él le pareció bonita, a ella le pareció bonito: fue una rumba de las buenas, de las que dejan sonrisas hasta el amanecer.

Los siguientes días confirmarían la hipótesis de que basta un giro diminuto para que el orden del universo cambie de sentido: pasaron un fin de semana inolvidable en Cartagena, con toda la familia de ella, rumbearon, estuvieron en Barú, sintieron que llevaban mucho tiempo juntos. La naturaleza de cada uno encontró sintonía. Ambos aventureros, descomplicados, exploradores del mundo. Ambos viajeros, familiares, caminantes sin viento. Ambos de espíritu acuoso, de mar y ríos, de charcos y lagos. Él acelerado, ella despistada, pero no hay muchas diferencias más, son símiles en vez de contraste.

Ocho meses, dos viajeros

El futuro de ese amor de verano, de esa mini utopía que duró un par de días, era incierto. Camilo se devolvía para Milán y Salomé para España. Ella no quería enfrentarse a la distancia, a un cariño lejano que fácilmente se opaca. A él no le pareció tan complejo: intentémoslo, le escribió en una carta. Si así fueron estas noches, imagina el resto… Intentémoslo. Se dejó vencer por el romanticismo y aceptó la propuesta espontánea y fugaz. Regresaron a Europa y en un Excel planearon el resto del año: cada fin de semana se encontraron en una ciudad, en un pueblo, en un restaurante, en un tren. Madrid, Italia, Portugal. Cuatro meses viajando de la mano. Conversando. Haciendo eco en el corazón del otro. Queriéndose bonito o, como suelen decirse, ti voglio bene.

En alguna confidencia sincera, de esas que pasan de repente, Camilo le confesó a Salomé que estaba agotado en su trabajo, que podía irse a vivir a Barcelona. Salomé coincidió en ese agotamiento y decidieron regresar a Colombia, pero antes, empacaron maletas de diez kilos y se fueron, a donde el viento los llevara, para Asia: visitaron Vietnam, Camboya, Singapur, Indonesia, pasearon en velero, bucearon, fueron de una isla a otra sin los afanes que regulan a la cotidianidad. Después de cinco meses, terminaron en Nueva York y finalmente en mayo de 2019 volvieron a Medellín.

Por fin agua

Cuando la pandemia se hizo real en Colombia, los papás de Salomé estaban construyendo una casa en El Retiro. Para no pasar en soledad la cuarentena, decidió irse para La Ceja, a vivir con sus suegros. Entre risas cuenta que esa fue la prueba para que Camilo le pidiera matrimonio: haber vivido cuatro meses, en un tiempo tan incierto, donde hay tantas preguntas y las respuestas no parecen llegar.

A finales de marzo le preguntó a un amigo piloto si podía traerle un anillo (uno que él había buscado) de Estados Unidos. El amigo y el anillo viajaron por todo Suramérica: Argentina, Chile, Brasil y un día, en julio, por fin aterrizó en Colombia. Aprovecharon las excepciones que hubo por aquel tiempo para viajar y se fueron para El Río Hotel en Doradal, a estar en medio de la naturaleza que tanto les gusta, a caminar de piedra en piedra, a sentir el agua fría. Aunque Camilo estaba nervioso y actuaba de manera inusual, Salomé no sospechaba nada. Él le propuso ir por una botella de vino para ver el atardecer desde el deck de la suite donde estaban. Se aseguró de dejar el celular grabando y cuando llegaron, solo atinó a esconder las dos manos y a decirle que eligiera alguna. No recuerda si en la derecha estaba el anillo y en la izquierda el collar, pero Salomé eligió el anillo. No hubo pregunta y tampoco respuesta. Hubo risas, besos, abrazos; esa energía poderosa que los envuelve a los dos en una especie de alegría única. Celebraron río adentro, y esa imagen es una metáfora bonita de que fluir es la esencia permanente de este par.

10/10/2020

Después de la propuesta, vino la ráfaga de pensamientos: cuándo, dónde, quiénes. La lista incluía, aproximadamente, 250 personas. Pensaron que quizás marzo sería una buena fecha. Hicieron un par de cotizaciones. Al final, destejieron los planes, las estrategias, el protocolo y regresaron a lo que ellos son: una pareja que se quiere sin rodeos ni laberintos. ¿Para qué aplazarlo? Aprovecharon el momento para hacerlo a su manera. Pensaron cada sutileza con paciencia, le dieron sentido a cada detalle, honraron lo que son.

El 10/10/2020 porque la casa de los papás ya estaría lista para esa fecha y porque no se olvida ese número repetitivo, inusual, especial. Durante las caminatas mañaneras que suelen hacer, recogieron hojitas y ramitas que después pegaron, una por una, ellos mismos, en las invitaciones; como una especie de herbario propio. Desde ese momento el concepto de bosque nativo que acogieron en toda la celebración tomó forma. El viernes por la tarde, entre todos, decoraron la casa: muchas velas, mucho follaje, muchos adornos artesanales. Unos pegaban lámparas, otros llenaban frasquitos con antibacterial, otros supervisaban… una escena que Salomé guarda en su memoria con especial cariño, porque relata lo que al final eligieron: una celebración desde adentro, íntima, en el origen de sus raíces.

Por eso decidieron una reunión simbólica: el papá de ella fue el oficiante, quien guió toda la ceremonia, quien se tomaba uno que otro aguardientico para no llorar; el papá de él fue el poeta, el de las letras bonitas, el de la carta, el que les dijo “espero, ante todo, que honren al amor. Que lo celebren como el sentimiento más liberador de la existencia. Que comprendan que los dos únicos sentimientos que existen son el amor y el miedo, que lo opuesto del amor no es el odio sino el miedo y que elijan siempre vivir en el amor”; las mamás fueron las que cargaron las velas, la luz; ellos dos fueron los que se miraron con gracia, con amor, los que se dijeron en sus votos te voglio bene. Lo demás está guardado en las fotos y en la memoria: una celebración en la sala de la casa, sin mesas que apartaran el cariño que se tienen, sin horarios de comida o de protocolos. Una celebración con Daniel Lema y Nati Ramírez cantando, con pasantes deliciosos, con la abuela declamando poesía y bailando al son de las castañuelas; con Salomé siguiéndole el ritmo en su jumpsuit. Una celebración libre, espontánea y extrovertida, donde cada quien demostró la felicidad a su modo. Una celebración Camilesca, Salomesca. 

Salomé y Camilo tienen ese don de las parejas felices, ese secreto bien guardado de dos que se quieren de una manera tan diáfana que el resto del mundo se desvanece: una pandemia, un virus, un distanciamiento. Todo desaparece cuando ambos se toman de la mano y saben que pueden con cualquier corriente.

CRÉDITOS:

Fecha: 10/10/2020. Hora: 3:30 p.m. Lugar: El Retiro, Antioquia (casa de los papás). Número de invitados: 14. Fotografía: Mateo Soto para VDF. Vestido de la novia: Rime Arodaky. Zapatos de la novia: Asos. Accesorios de la novia: Diadema, Zawadzky; aretas, Mango. Maquillaje y peinado: Makis Posada. Traje del novio: Mango. Zapatos del novio: Mango. Decoración: Migu Penagos y María Eugenia Penagos (@Migulifestyle). Comida: Migu Penagos (@Migulifestyle). Postres: Sara Correa, de Endulza Tu Vida. Invitaciones: Salomé y Camilo. Anillos: compromiso y novio, Brilliant Earth; argolla novia, joyero local Medellín. Ramo/Yugo: Margarita Murillo (amiga de la novia). Música: Daniel Lema (@Daniellemalema) y Naty Ramírez (@Natyramirezapata). Otros: artículos de decoración artesanal  (@Caranaartesanal).

Pensaron cada sutileza con paciencia, le dieron sentido a cada detalle, honraron lo que son
Fotos: Mateo Soto para VDF.
Durante las caminatas mañaneras que suelen hacer, recogieron hojitas y ramitas que después pegaron, una por una, ellos mismos, en las invitaciones

EL VESTIDO

No fue cualquiera, fue un jumpsuit. No lo imaginó o lo repasó en su mente, lo vio en una página web y se enamoró. No se lo midió faltando varios meses, viajó (el vestido, no ella) desde Francia hasta Ámsterdam (donde vive Simón, el primo cómplice) para llegar a Medellín faltando muy poco. No le quedó perfecto, le tuvo que hacer modificaciones. Bueno, sí, finalmente, sí le quedó perfecto. Como si no hubiera existido ningún contra tiempo, como si ella misma lo hubiera tejido con un anhelo superior a todo lo demás.

El viernes por la tarde, entre todos, decoraron la casa: muchas velas, mucho follaje, muchos adornos artesanales
Una celebración desde adentro, íntima, en el origen de sus raíces
Una celebración libre, espontánea y extrovertida, donde cada quien demostró la felicidad a su modo
Salomé y Camilo tienen ese don de las parejas felices, ese secreto bien guardado de dos que se quieren de una manera tan diáfana que el resto del mundo se desvanece. Todo desaparece cuando ambos se toman de la mano y saben que pueden con cualquier corriente

Comentarios

  • Gene Zuloaga Mejia 16-11-2020 23:11

    Preciosa!! Salito. Las hadas se veían en ese bosque!!! Dios los bendiga mucho. Gene.

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