El amor permanece: Gina + Carlos

Apuntes

Si algo nos ha dejado este tiempo es una lección de impermanencia: no hay más certeza que el ahora. Suena a frase hecha, a lugar común; pero no por ello deja de ser la verdad que queda. Se aplazaron los eventos, las fiestas, los brindis como los conocíamos; llegaron las reuniones íntimas, el calor de hogar se hizo evidente, los abrazos salvaron los días. En todo caso, el amor permanece. Y eso es otra certeza que alivia.

Esta es una nueva sección —o la misma, adaptada a esta época— de historias. Más breves, más espontáneas, más exprés, porque así sucedieron. La vida cambió todas las preguntas y, entonces, hubo que inventar otras respuestas: matrimonios en tiempos de Covid-19.

Primera entrega: Mariam + José Pablo
Segunda entrega: Natalia + Alejandro
Tercera entrega: Sara + Juan José

CUARTA ENTREGA: GINA + CARLOS

Cuando Gina obliga a su memoria a ir hacia atrás, todo parece desenfocado, una nebulosa de recuerdos. Era el Día del Padre y su papá había tenido un accidente grave. Carlos, el médico que lo atendía, fue el último que habló con él antes de inducirlo en un coma. Fueron 25 días largos, larguísimos, de una angustia sofocante. 25 días con el corazón disminuido. Carlos se mantuvo incondicional y fuerte, sereno, sensato. La animaba como quien no quiere irse del lado de alguien nunca más. Le advirtió que si no comía (llevaba varias semanas con el apetito nulo) no podría ver más a su papá y para asegurarse de que sí lo haría, la invitó varias veces a comer. No sabía ella que en medio de tanto dolor estaba conociendo a quien sería su amor. Ahí estuvo él: cada noche lenta, cada momento indescifrable, cada amanecer punzante…Y, después, cuando llegó la nada, el silencio, el dolor más agudo, la ausencia definitiva de su padre, Carlos también se quedó.

Llegaron tiempos más recios, de una oscuridad total, pero ahora —en retrospectiva— Gina cree que todo estuvo organizado como si se tratara de una obra de teatro. Que Carlos fue un regalo de su papá, que los hilitos del cielo se movieron para que ella encontrara, poco a poco, la calma. Sin él no lo hubiera logrado, sin él no se hubiera puesto de pie otra vez. No fue una chispa instantánea, no fue un clic inmediato. Esta es la historia de un amor que se encuentra en la tragedia, que surge en medio de la congoja, que comienza a abrazarse en la penumbra.

Varias propuestas

Él es médico internista, ella diseñadora de modas y economista. Él tranquilo y objetivo; ella acelerada y pasional. Él aficionado a la tecnología y ella al lápiz y al papel. Él metódico y ella espontánea. “¿Cuál de las tres? Mejor dicho, no hablemos de la propuesta”, dice entre risas Gina. Parece que fueron varias y que los nervios de Carlos regaban el vino, soltaban el anillo. Algo pasaba. En todo caso, planearon casarse en enero de 2020 en Palm Beach. Las hermanas de ella no viven en Colombia y Estados Unidos sería un punto de encuentro justo. Llegó diciembre (2019) y Gina se dio cuenta de que su pasaporte se había perdido. Tuvieron que cancelar todo y reprogramaron: mitad de año, en Cali, con menos invitados, más íntimo. Antes de avisar la nueva fecha, quisieron organizar, estar seguros: reservaron lugar, decoración, comida, música… el plan avanzaba con alegría; pero entonces la pandemia pareció real, pareció cerca y la muerte (Carlos viviendo más en la clínica que en la casa) se hizo cruda, próxima, evidente. Gina empacó maletas y se fue dos meses al campo con su mamá. En medio de esos días, donde la reflexión se hace suprema, donde las emociones divagan de polo a polo, ella le preguntó si existía alguna cosa —cualquiera— de la que se arrepentiría si se infectara y llegara a morir. Su respuesta fue mecánica —en el mejor de los sentidos—, espontánea, rápida. Entonces, volvieron los recuerdos: el amor que Gina aplazó y no pudo demostrarle a su papá, los abrazos que no le dio, las risas que evitó. Si acaso su muerte le dejó una enseñanza fue la de no aplazar lo verdadero, lo que se siente en las entrañas. Si acaso la pandemia le ha dejado alguna, es la fragilidad de la vida. Volvió a Cali y en cinco días organizó todo.

En casa de diseñadora, vestido en cuatro días

Faltaban cuatro días para el sábado 27 junio y Gina Murillo no tenía vestido. Eso es algo que solo puede contar una diseñadora como ella. Como todas las decisiones anteriores la tomó sin complicarse. En su colección más reciente había diseñado un vestido de dos piezas que la identificaba mucho. Lo había hecho como un ensayo de lo que podría ser su atuendo de novia y lo aprovechó. Sobre él puso otro tipo de tela, ajustó detalles. En un principio lo había imaginado para una mujer de 1.80; entonces, mientras en el taller lo ajustaban a su talla y a su altura, le preguntaron si también le cortaban la cola larga que tenía. Pensó que el tipo de matrimonio suyo no ameritaba tanta parafernalia, pero después cambió de parecer: era su día, su celebración, era la novia; ¿por qué se iba a privar? “Nada para después, nada para después”, le dijeron —le dicen— su mente y su intuición incesantes. Arrastró su cola cómoda y feliz, lució ese vestido ligero, liviano y original. Agradeció por su equipo: fueron ellas quienes la vistieron, quienes brindaron, quienes mostraron tanto amor y alegría en sus ojos.

27 de junio de 2020 / Lo irremplazable

¿Quién te roba los recuerdos? ¿Quién te usurpa la memoria? Sabe, como una máxima, que su papá es irremplazable, que su legado es perpetuo y quiso, como un tributo a él, casarse en la misma fecha del accidente; que coincide también con el día en el que conoció a Carlos. Así le daría un vuelco a su dolor, agradecería al cielo, tendría un nuevo motivo para celebrar.

Fue una ceremonia católica y una comida íntima. Con doce invitados, con la luz de un atardecer violeta y un anochecer ocre supieron que la felicidad no exige tanto. En aquella terraza se veía Cali completa y el cielo parecía más abierto, más grande; una acuarela. Hubo algunas lágrimas, porque le faltaron físicamente varias de las personas que más quiere: su papá, sus hermanas y su sobrino. Sin embargo, la presencia simbólica también es fuerte; en vez de yugo cargó un rosario y una medalla con la foto de su papá. Sus hermanas y su sobrino no pudieron viajar, pero se encargaron de que sus rostros estuvieran impresos (a escala real) en unas máscaras. Caminó de la mano de su mamá, aún llorando, pero el sacerdote supo reconfortarla y los ojos de Carlos le dijeron que todo estaba bien. En fin, la energía sabe atravesar dimensiones y allí estuvieron todos juntos.

Ese sábado el viento sopló fuerte y apagó cualquier vela, pero la luz estuvo, la calidez también. La mesa con los invitados precisos, las botellas como floreros, los jamones en tablas, la comida para compartir. La decoración sensorial y aromática; natural y comestible: madera, canela, albahaca, tomillo, orégano. ¿No es lo simple lo capaz de mucho? Ningún detalle estaba suelto, hasta las rosas color borgoña fueron especiales: las cortó el mismo día el hijo de Juana (la decoradora). Bailaron “Si tú no bailas conmigo”, de Juan Luis Guerra, brindaron, tuvieron los ojos chispeantes todo el día, toda la noche. Es esa la felicidad real: la que se comparte, la que se siente como un suspiro hondo, porque te recuerda que libera, que es profunda. ¿Cuántos hilitos del cielo se tuvieron que mover para que justo el día en el que el papá de Gina entraba en la clínica, Carlos estuviera en turno? ¿Cuántos para que ese sábado 27 de junio todo ocurriera como si se tratara de una ficción perfecta? Es esa la recompensa de la vida: que las casualidades no responden a una lógica muy concreta, pero sí a un gran asombro que te deja muda de dicha.

CRÉDITOS:

Fecha: 27 de junio 2020. Lugar: terraza privada. Ciudad: Cali. Número de invitados: 12. Diseño, planeación y decoración: Eventique Colombia. Fotografia: Mónica Menendez. Vestido de novia: Gina Murillo - @ginamurillooficialZapatos: María Llena de Gracia. Accesorios de la novia: Tres Almas (aretes). Maquillaje y peinado: Tatiana Ortiz. Traje del novio: Rafael Cure. Zapatos del novio: Rafael Cure. Comida: Francisco Prado Catering. Postres y tortas: Ocho Bizcocho. Música: Lina Luna.

No fue una chispa instantánea, no fue un clic inmediato. Esta es la historia de un amor que se encuentra en la tragedia, que surge en medio de la congoja, que comienza a abrazarse en la penumbra
Fotos: Mónica Menéndez.
Es esa la recompensa de la vida: que las casualidades no responden a una lógica muy concreta, pero sí a un gran asombro que te deja muda de dicha

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