Caro + Rivas

No es tan sencillo encontrar un cómplice. Uno de verdad: que decida, como un propósito invariable, hacer tu vida más fácil y más feliz. Que te siga la corriente y te aplauda las vías contrarias, que te abrace cuando la fuerza se agota, que batalle con tus sueños como si fueran propios, que sienta que la fiesta empieza y termina contigo.

¿QUIÉN SE ACUERDA CÓMO FUE?

Ninguno de los dos recuerda cuándo, dónde, quién… ¿cómo fue que se conocieron? No tienen mucha idea. Suponen que algún amigo en común los presentó. Vagabunda, dónde estás, le preguntaba él. Vagabundo, caé, le respondía ella. Se enfiestaban, con chicharrón y aguardiente hasta el amanecer. Carolina actuó de cupido, le caía tan bien Rivas, como nunca ha dejado de decirle, que le presentó varias amigas, pero el plan no funcionó. Pasaron los años, ella desde Argentina; él desde Londres, los dos tratando de hilar la historia, la amistad. Cuando ella regresó de Perú, se encontraron en unas escaleras eléctricas: ¡Vagabunda! ¿Cuándo nos actualizamos con chicharrón y aguardiente? Al viernes siguiente estaban en Las Tías, esa casita-bar que tanto les gustaba y entre canción y canción se dieron cuenta de que el tiempo —naturalmente— los había cambiado, que ahora no solo el chicharrón y el aguardiente eran ya comunes, sino que había más, que esa amistad, de pronto, podía transformarse en amor. ¿No es ese el cariño más poderoso? Dos amigos que se quieren como amantes.

Carolina es una ráfaga de ideas, va y viene, dice lo que piensa, sueña cuando duerme y cuando no, es extrovertida, ecléctica. Estudió diseño y creó Oropendola, su proyecto creativo y de vida, en el que Rivas participó desde el inicio con todo su arsenal opuesto: meticuloso, ingeniero, metódico, racional, clásico. Un lord inglés, diría ella. Es un veredicto claro y absoluto, que son polares en todo. Él siempre con la solución, ella dándole un millón de vueltas al problema; él con los pies en la tierra, ella con los ojos en el cielo. Nueve años estuvieron descubriéndose el uno al otro, tomando aguardiente (hasta que el médico se lo prohibió a Rivas) y lo reemplazaron por tequila y vino, comiendo chicharrón, viajando en carro, en avión y en lancha, adentrándose en el campo y en la selva, explorando otras culturas. Siguiéndose mutuamente la corriente de estar vivos: leer, cocinar, hacer manualidades. Los bonsai, la gente, las conversaciones. Eso son: energía y chispa.

SAN AGUSTÍN, HUILA

Armaron paseo en carro, esa modalidad que tanto les gusta para fascinarse con los paisajes más recónditos de Colombia. Fueron hasta Huila, a conocer a una artesana que trabaja la fibra de plátano, un saber ancestral que Carolina valora como tantos otros. Esa noche, en San Agustín, celebraron como nunca han dejado de hacerlo, cualquier triunfo por pequeño que parezca, merece un brindis y dos miradas que se hablan. Siguiendo la tradición, abrieron un vino y cada copa trajo una conversación: tanto que hemos vivido en nueve años, tanto que hemos cambiado, tanto que nos hemos apoyado…

Carolina no soñaba con casarse. Ella, tan libre, tan suelta, tan de aquí y de allá, tan inquieta para los sueños, ¿casarse? No, nunca estuvo en sus planes, ni en sus checklist. Pero si algún día tal disparate llegaba a pasar, que le dieran un reloj y no un anillo. Rivas abrió un vino que había traído de Bolivia, contó la historia (el detrás, el porqué era especial ese licor), habló de lo contento que se sentía por poderla acompañar en lo que para ella era la sustancia de la vida y le regaló una caja que decía para siempre. Mientras ella se daba cuenta de que adentro estaba el reloj que siempre quiso, él le repetía esas palabras que alguna vez ya le había dicho, que se fueron convirtiendo en un mantra de los dos: yo quiero hacerte la vida más fácil y más feliz.

LA PLANEACIÓN

En ese mismo paseo de carro, mientras conocían San Agustín y un montón de pueblitos más, comenzaron a soñar. ¿Qué querían? ¿Qué se imaginaba Rivas y qué Carolina? Coincidían en la fiesta, claro. De ahí, un efecto dominó: que pudieran invitar mucha gente, que la música (con José Vargas, amigo de ambos) fuera espejo de ellos, que las fotos (que tomarían Valeria y Verónica, también amigas de los dos) no la intimidaran más de lo que usualmente lo hacen… En todo caso, una fiestota, de doce horas y tratar, en mayúscula, de no caer en lugares comunes.

Para el lugar, ella visualizaba el Parque Norte y aunque Rivas, don Lord inglés, se imaginaba algo más elegante, en esa primera búsqueda se dieron cuenta de lo que trataba todo este cuento: de mezclar gustos y de llegar a coincidencias. Por temas de logística, no se pudo allí, pero tuvieron el punto de partida: carnaval, circo, feria. Siguieron buscando y llegaron a la Hacienda La Troja, al criadero Lusitania que fue perfecto, por lo distinto, por lo desigual, porque adoran los caballos, el campo, la vida de naturaleza.

No tuvieron la figura formal de wedding planner, porque la intención siempre fue involucrarse hasta en lo mínimo, pero Manuela Gómez, una de las mejores amigas de ella, los acompañó en el proceso como si se tratara de una inmersión. Y para ese día, para el montaje, contaron con la ayuda de Había Una vez.

MANOS AL CONCRETO

La primera odisea en la que se embarcaron juntos fue la elaboración de cientos de materas en concreto. Con un tutorial como espejo, los fines de semana se convirtieron en una planta de producción de centros de mesa. Las que iban quedando listas, las llevaban a un vivero para que les sembraran alguna plantica. Era un recordatorio perfecto, donde la energía de ambos estaba moldeada. Fueron 300 en total.

En esos meses previos, las familias también se involucraron muchísimo. La mamá y la hermana de Rivas se dedicaron a hacer manualidades, a repartir y confirmar invitados. La mamá de ella y su hermana opinaron, recogieron, cortaron, pegaron. Su papá rebuscaba en cacharrerías, les compraba el cemento y les servía el tequila para amenizar la producción. Fue un trabajo en equipo.

LAS INVITACIONES

Volvemos al inicio de esta historia: las fiestas, la energía eufórica de los dos. Quisieron que las personas brindaran por la vida y el amor, celebraran con ellos desde un comienzo. En ese sentido, las invitaciones fueron botellitas de vino tinto con una etiqueta diseñada por Angélica González, quien creó el resto del lenguaje gráfico. Y, otra vez, trabajo de dos: elegir el vino, pegar etiqueta por etiqueta, marcarlas con el apodo o la manera cariñosa en que le dicen a cada persona, colgar el mapa. Los dos encargándose de hacerse la vida más fácil y más feliz, como siguiendo ese mantra propio que no se apaga.

EL VESTIDO / EL TRAJE

Empecemos por el traje de Rivas que estuvo claro desde un inicio. Fiel a su elegancia, a su personalidad esmerada, a su mood un tanto inglés, se vistió como tal. Aprovecharon que estarían en Bogotá en un concierto y programaron cita donde Simón Martelo de Martelo Bespoke. Entonces, el papá y el hermano de ella se antojaron del estilo impecable y se convirtió todo en un plan: viajar juntos para las mediciones los fines de semana fue una alegría más de esta historia. En todo caso, el traje de él fue en paño inglés (por supuesto) y su agudeza para los detalles se vio reflejada desde las mancornas, el botonier (que fue una orquídea) hasta los zapatos estilo double monk strap.

El vestido de ella fue un proceso más complejo. Claro, ser diseñadora y, además, creadora de Oropendola, era una presión difícil de persuadir. ¿Cómo se lo soñaba si el tema-matrimonio fue lejano siempre? ¿Por dónde empezar? No tenía respuesta alguna, se bloqueaba cuando le preguntaban. Faltando dos meses empezó el proceso como suele hacerlo con cualquier clienta que la busca, con preguntas: qué es lo que más te gusta de tu silueta, qué quieres resaltar, qué quieres ocultar… cuestionarse resultó ser el camino más honesto. El diseño que usó fue el primero que dibujó: un pantalón, una capa. Así fue cómo entró, a caballo, con su papá, con un estilo más “masculino”, irreverente para una novia, poderosa. Después del primer baile se cambió para una pieza más “femenina”, más descubierta; menos ella pero igual de audaz.

Para la hora loca asumieron que querían una transformación real. Y, de nuevo, trabajo en equipo: él con un abrigo cubierto de mirella, ella con una pieza tejida llena de color, los dos con sombrero.

EL LUGAR: CRIADERO LUSITANIA

Pudo ser en el Parque Norte, pero no hubiera tenido tanto valor. Si Rivas y Carolina iban a casarse, si ella estaría de pantalón, si él seguiría siendo ese Lord inglés que sabe ser, si no hubo anillo y sí reloj, si ella entraría a caballo con su papá, la ceremonia tenía que seguir el mismo cauce, el mismo carácter. En plena plaza, al ruedo, donde se suele hacer rejoneo. Un lugar opuesto a lo que se usa, donde la personalidad de los dos estaba al descubierto.

Para agregarle más trascendencia se casaron un 29 de febrero. Una fecha que ocurre cada cuatro años, un aniversario distinto, un año bisiesto, un día extra, una nueva oportunidad, un nuevo comienzo. Todo tan alineado, tan supremo, tan fuera de lo corriente.

LA DECORACIÓN

Si las 300 materas y las 250 botellitas tuvieron su energía impregnada, el resto de la decoración también. O, bueno, la energía de quienes quieren. Por ejemplo, la banca de la ceremonia era de la finca de un amigo y los tapetes de la tía de otro. Fue una especie de sinergia, de herencia temporal.

LA CEREMONIA

El sentido transversal de esta ceremonia, de tantos que tuvo, fue contar la historia de Rivas y Carolina: darle —intentar darle— significado al amor. Los testigos de esos nueve años hablarían, relatarían, narrarían cómo dos personas que se quieren, no pierden el hilo ni en el tiempo, ni en la distancia, ni el espacio.

Algunas palabras de la inmensa filosofía del tío de ella:

Para quienes no me conocen, soy el tío Richard, de Carolina. Nos reunimos hoy, aquí, respondiendo a la invitación que nos hicieron, de una manera muy particular, original y enológica, Carolina y Juan Esteban, para gozar y disfrutar con ellos, su decisión de compartir formal y estructuralmente su existencia en común, sus vidas el uno junto al otro. Citando a Heideger, pudiéramos decir que vamos a compartir con ellos este acto de amor “pues el amor se funda en el hecho de que hayan pensado más profundamente su relación y quieran dar un paso adelante en ella”. Por eso, celebramos su amor, la escogencia que han hecho el uno del otro para escribir su historia.

Caro y Rivas, en el amor, como en la vida, debe habitar la fantasía, la capacidad de soñar y de imaginar e imaginarnos. La fantasía nos hace libres, anula las distancias, colma los vacíos. Y, algunas veces, al igual que el amor, hace que sucedan cosas que las acciones reales no podrían conseguir, como crear historias para dar vida a nuestros corazones y a nuestras fragilidades, a los deseos y a las esperanzas. Historias en las que refugiarnos todas las veces en que este mundo no nos baste, o nosotros no le bastemos a él.

También habló Valentín, su hermano, que no solo significó mucho para ella porque es su mejor amigo, su compinche, sino porque se puso el sombrero que Carolina le había hecho a su abuela para ese día, pero que no usó porque no pudo ir. Verlo hablando con ese accesorio puesto fue sentirla presente a través de una de sus personas más especiales.

El humor llegó con los amigos de infancia y de vida de Rivas, que a manera de diálogo —casi teatral— contaron la historia del “nerdo” que enamoró a la mujer libre, independiente, soñadora.

Toño: ¡¡¡Buenas tardes!!! Que alegría poder estar hoy aquí compartiendo con todos ustedes este momento tan especial para las vidas de Caro y Rivas, quienes decidieron continuar su camino de la mano. Para los que no nos conocen, nos presentamos: somos Pepis y Londoño, los mejores amigos de Rivas, desde el colegio.

Pepis: con esa introducción, les cuento que Caro nos retó un día preguntándonos si éramos capaces de inspirarnos con unas cortas palabras hoy, la respuesta en su momento fue “obvio sí”, pero ¿sabes qué, Caro? definimos no hacerlo, decidimos, mejor, entre los dos contarles la historia real:

Rivas llegó al colegio en tercero de primaria, nosotros dos veníamos desde infantil. Recuerdo que en ese año, 1994, un nuevo estudiante de 8 años, que se veía hasta serio, bien presentado, con una cara de nerdo (bien conservada al día hoy), llegó al colegio diverso en el que no existe uniforme obligatorio, no te imponen una religión, estudian hombres y mujeres, calvos-peludos, gordos-flacos, con tatuajes, aretes... bajo el lema del “libre desarrollo de la personalidad”.

También sabemos, los que muy bien lo conocemos, que Rivitas es: de un pinche resubido, mal pastelero en los exámenes, antipático con algunos y atrapa cunas con su famoso dicho: “Eh, Ave María, mirá qué futurito”. Tranquila Caro, todo fue parte de nuestra niñez. Al nerdo para álgebra, física, cálculo y trigonometría, me tocó defenderlo cuando alguno del salón se la quería montar. La mayoría de los días de colegio los rematábamos con una hablada por teléfono de toda la tarde: 336 07 73. Ya sabes, María Elena, por qué siempre ocupado el teléfono en tu casa.

Así, ese par de amigos lograron tejer una conversación que contaba la historia de Rivas que, en últimas, termina siendo también la de Carolina. Para finalizar, estuvieron los votos de ambos que coincidieron en cuánto se gozan la vida juntos…

“Viajar por carretera, compartir la cotidianidad y lo que no está dentro de los planes, eso que los dos llamamos serendipity. Desviarnos de la ruta. Parar. Probar. Sumar felicidades. Restar preocupaciones. Explorar. La comida, los lugares, los hoteles, el clima y las sorpresas. Todo hace parte de un buen viaje, pero nada se compara con saber que nos tenemos el uno al otro”, le dijo ella. “Gracias a ti hoy soy una mejor persona, me has enseñado a ver el lado positivo de la vida, me has demostrado que con perseverancia se pueden lograr todos los sueños, me has enseñado a disfrutar las cosas simples de la vida, me has ayudado a no ser orgulloso y a acercarme más a mi familia y a mis amigos, lo que demuestra claramente que has sido mi fortaleza en mis debilidades”, le dijo él.

Vivieron esa ceremonia con risas, tal como la imaginaron. Estuvieron presentes todos los que tanto quieren, incluso el papá de Rivas, que no está físicamente desde que él tiene cinco años, pero que quedó inmortalizado cuando a partir del anillo con el que se casó con su mamá, hicieron uno nuevo para él. Una fundición con un valor sentimental que supera los límites de la tierra y el cielo.

De fondo empezó a sonar “Con la gente que me gusta”, una canción que adoran, mientras la pólvora y los voladores anunciaban que había llegado la hora de celebrar con más ganas.

En ese momento llegaron meseros con cajones llenos de mango biche, papas fritas, algodones de azúcar, crispetas. Había Costeñitas, Hatsu, mesas y sillas de diferentes estilos… un caos intencional, un festival que apenas comenzaba. Se unieron los saltimbanquis y malabaristas que guiaron a todos los invitados hasta el picadero, donde sería la fiesta.

LA COMIDA

La comida fue un regalo especial del papá de ella. Querían espontaneidad, sin mucho decoro o formalismos. Mini chori panes, mini hamburguesas y mini sánduches con posta cartagenera. Más tarde, chicharrón, arepitas, empanadas y caldo. Decidieron servir en el centro de la mesa para hablar a través de esa disposición: compartir, interactuar, disfrutar.

LA FIESTA

¡Rivas y Carolina se estaban casando! El vagabundo y la vagabunda. Los amigos que no saben cómo se conocieron, que se enfiestaron con aguardiente y chicharrón tantos años, que se llamaban para que el otro llegara al remate. Los novios que se gozaron cada viaje, el ingeniero y la diseñadora. ¿Fiesta? ¡Hasta las cuatro de la mañana! Con una playlist que ellos mismos armaron y con toda la alcahuetería de Vargas por delante. Con una hora loca estilo Coachella con diademas de estrellas y mirella, gafas y viseras y sombreros llenos de piedras. Con una papayera y un poco más de pólvora. Una combinación de reguetón, vallenato y música popular, salsa y boleros. Una fiesta digna de este par, que juntos son energía explosiva, chispa memorable.

. . .

Caro y Rivas, ustedes se encargaron de crear su propio sentido del amor: hacer la vida del otro más fácil y más feliz. Cuánto coraje se necesita para agarrar la mano del otro y no soltarla o, mejor, saberla soltar sin perderla de vista. Cuánto coraje, sí, pero, sobre todo, cuánta gratitud por encontrarse al lado de un cómplice verdadero. ¡Larga fiesta para los vagabundos!

...que esa amistad, de pronto, podía transformarse en amor. ¿No es ese el cariño más poderoso? Dos amigos que se quieren como amantes
Fotos: Valeria y Verónica para VDF.
¿Fiesta? ¡Hasta las cuatro de la mañana! Digna de este par, que juntos son energía explosiva, chispa memorable

APUNTES FINALES

¿Qué consejos les darían a todas las parejas que en este momento están organizando su matrimonio?

Muy difícil, nunca soñé casarme, solo tenía claro que quería una fiesta para celebrar la vida y el amor, y creo que es ahí donde está el consejo: cuando decides compartir la vida con alguien, decides ser un nosotros, un equipo, una familia, una sociedad. Dejas de pensar individual para pensar en plural, y creo que desde la planeación se debe actuar igual. Qué sueña uno, el otro y qué se sueñan los dos para que sea una mezcla y se gocen todo desde la preparación.

Tres cosas que consideren clave para que una relación sea un éxito.

La comunicación, el trabajo en equipo, la confianza.

Un error para no volver a cometer

Más que errores, cosas para tener en cuenta. Es un día de mucha emoción, mucha adrenalina, mucha gente, mucha felicidad y por lo menos yo no tuve la capacidad de dimensionarlo. Yo soy como un volador, voy a mil, estallo, me emociono, reacciono, sonrío, grito, bailo, y creo que me abrumé. No me gustan las fotos y aunque Vale me previno diciéndome qué fotos no podíamos dejar pasar, nunca me dijo que TODO, TODO el mundo iba a querer una foto conmigo… no me podía mover porque me pedían una foto, cuando pude reaccionar, me dolían los pies, estaba  cansada, deshidratada… creo que es algo que hubiera querido tener en cuenta: tratar de limitar las fotos para poder disfrutar más, hidratarme, tener a la mano agua, algún suero…

¿Para dónde se fueron de luna de miel?

Nos fuimos para Amazonas, para un hotel en medio de la selva que se llama Calanoa. Nos encanta viajar por Colombia, la selva, la naturaleza, la experiencia de desconectarnos para conectarnos, conocer culturas y experimentar nuevos sabores. Sorprendernos con los pequeños detalles y ver otra realidad del país en el que vivimos. Antes del viaje, vimos documentales y un Ted Talk del fundador del hotel, a quien tuvimos la fortuna de conocer estando allá… visita con poca frecuencia el lugar, ya que vive en Canadá y casualmente estaba por esos días en el hotel. Fuimos muy felices porque es una persona que ha convivido con esta comunidad mucho tiempo, y esto nos hizo disfrutar mucho más la experiencia. Como dicen por ahí, el poder de la atracción, nos permitió conocerlo.

ESTE TEXTO FUE ESCRITO POR JULI LONDOÑO PARA LLM.
(EN INSTAGRAM LA ENCUENTRAN COMO @CARECOCO). HERMANA DE PABLO, DE SANTIAGO, DE FELIPE. PERIODISTA, ENAMORADA DE LAS LETRAS HECHAS LIBROS, HISTORIAS, VIAJES, CANCIONES DE SABINA. SU FIRMA TIENE –SIEMPRE– UN ESPACIO EN LAS PÁGINAS DE ESTA LIBRETA MORADA.

CRÉDITOS

  • Lugar: Criadero Lusitania.
  • Wedding planner: una amiga nos ayudó con todo y ese día, Había Una Vez Eventos.
  • Fotografía: Valeria y Verónica para VDF.
  • Video: La Moviola. 
  • Vestido de la novia: Oropendola. 
  • Zapatos de la novia: Sam Edelman / Nike.
  • Accesorios de la novia: Lina Osorio (sombrero), aretas (abuela), aretas 2 (Tres Almas).
  • Maquillaje y peinado: Verónica Ospina – Andrea Moreno.
  • Traje del novio: Martelo Bespoke.
  • Zapatos del novio: Bartucci.
  • Decoración: Los novios. Montaje: Había Una Vez Eventos.
  • Comida: Angus Azul. 
  • Postres: Zest me.
  • Invitaciones: idea y ensamble, los novios. Diseño gráfico, Angélica González.
  • Anillos: Salazar Joyeros.
  • Recordatorios: Los novios.
  • Música: Dj Vargas.
  • Malabaristas: Circo de la Rua.
  • Carritos de mecato: Allegra.
  • Pólvora: Dj Vargas.
  • Plantas: Tecniplantas / Tierranegra.
  • Papayera: El Empresario.

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