Relatos de papá

Apuntes

Son sus hijas, sus niñas, sus consentidas. Las anhelaron, las soñaron, las tuvieron en sus brazos. Jugaron con ellas, en el piso, envueltos en mil universos. Les dieron consejos, las escucharon, las recogieron en el día y en la noche, las esperaron despiertos, las consolaron, las abrazaron, rieron con ellas.

Pasaron los años y esas hijas, esas niñas, esas consentidas, crecieron. Se hicieron mujeres, se enamoraron, pensaron en formar su propio hogar, los convirtieron en suegros, en papás de la novia, en futuros abuelos alcahuetas. Lo que les dijeron al enterarse de que se casarían, lo tienen fresco en la memoria porque es, finalmente, lo que les han dicho una y otra vez: que las adoran, que siempre serán sus niñas, que su casa nunca dejará de ser su hogar. 

Hoy, cuatro padres les dedican sus recuerdos, sus mejores deseos, sus ganas de verlas felices. A estas novias, sus papás, les dedican su amor. Traducimos sus palabras en letras. ¡Feliz día! 

DE: ANDRÉS
PARA: ELISA

Papá de tres mujeres y surge la pregunta, ¿anheló hombres? La respuesta es contundente: “¡Jamás! La verdad es que no quería hombres, me relaciono mejor con las mujeres. Siempre le dije a mi señora que si teníamos hijos, ojalá fueran todas mujeres y ¡la vida me dio ese gusto!”. Es que con él no va ese cuento que llama “de papás machistas”. Le encantan sus mujeres, que son estructuradas, serias, juiciosas, trabajadoras y “muy queridas conmigo”. Ellas siempre cariñosas y Andrés un papá especial, que jugaba y compartía.

Con Elisa es muy cercano. La describe como una persona consciente, una mujer de muchos principios morales “y eso es muy importante”. De los regalos del Día del Padre que más recuerda fue uno que le dio, precisamente ella: “Me hizo una ventana (risas). Era un marco en madera, ¡una ventana maravillosa! Y la tengo guardada, claro que sí”.

El consejo número uno que les dio a sus hijas fue claro: ser honestas. “No más. Honestidad ante todo. Les he recalcado que uno en la vida tiene que ser honesto, con principios morales y éticos únicos”, manifiesta con una fuerza que atenúa para contestar qué tipo de suegro fue. “El mejor amigo”, revela y regresan las risas. “Yo a los yernos los he recibido de la mejor manera, los que han estado con mis hijas han sido gente muy buena. Siempre he tenido la mejor relación con ellos, han sido bienvenidos a mi casa”. 

Sobre Andrés, el yerno; Andrés, el papá, piensa que es “un gran chico, un tipo muy especial. Él es igual con todo el mundo, nunca te está aparentando nada. Conversa con el que sea y es la misma persona siempre. Es lo que más me gusta de él, su sencillez y su transparencia en este sentido”. 

Elisa será la primera de sus hijas en casarse. Piensa que será un momento muy especial, “despedir a la primera hija. Me voy a emocionar, claro”. Solo quiere que sea muy feliz, le desea lo mejor. Recuerda que Andrés le adelantó la noticia: que se iban a París y que allí le iba a proponer matrimonio. “A mí me pareció muy bueno”. Y, ¿qué les ha dicho? Como se conocen hacen varios años, este papá reconoce que no se ha dado esa conversación tensa o llena de recomendaciones. Para ellos tiene un consejo, el más importante del matrimonio: “La paciencia. Ser pacientes”.

Confiesa que Elisa ya le mostró el vestido que llevará: “Muy bonito... Se ve muy bonita. Ella es una mujer muy linda. Va a quedar como una princesa”.

DE: FABIO
PARA: NATALIA

Padre e hija. O mejor, amigos, cómplices que se adoran. Así define Fabio su lazo con Natalia. Para la relación de confianza que hay entre ellos, encuentra una palabra que debe escribirse entre signos de admiración: ¡Magnífica!

A esa niña suya, cuando fue novia, la abrazó y le dio un beso lleno de ternura, deseándole lo mejor del mundo, en ese día que él describe como “bonito”, pues era un sueño cumplido para su hija y para ellos como papás, porque la veían feliz. Con su esposa, ha conformado un hogar por 33 años, entonces, le dijo a Natalia: “Esperamos que tú superes esto por mucho rato y que sea un matrimonio para toda la vida”. Y que trataran de vivir muy bueno, continuó, porque la vida no es fácil, no todo es color de rosa, pero uno tiene que hacer su mayor esfuerzo.

Los hijos son prestados, se sabe que algún día se van a ir, reconoce Fabio; sin embargo, le es difícil en ocasiones controlar la melancolía cuando llega a la casa, entra en su habitación y ve que no hay nadie, “porque han vivido toda la vida con uno. Sabemos que algún día se van a ir pero no queremos llegar a ese momento. Por otro lado, es muy rico porque esa es la vida: encontraron su pareja, van a formar un hogar, con ayuda de Dios para que lleguen unos nietos; eso es una cadena que es humana y la tenemos todos que vivir”.

Este papá, cuando nacieron sus hijas, no se volvió loco, sino “reloco”. Son su amor, vive por ellas. Cuando eran pequeñas y al llegar del trabajo aún estaban despiertas, vaciaban la canasta de juguetes y se divertían. Por sus frases, parece extrañar los juegos de antes, las pelotas, las muñecas, los carritos, “¡porque los de ahora son puros nintendos!”. 

Al crecer, les dieron la confianza necesaria para que pudieran contarles sus vivencias, “¡aunque siempre se guardaban cositas! No las cohibíamos”, narra divertido. Les ponían un horario de llegada, “que nunca cumplían” y vuelve a reír. “Pero yo les decía, dígannos dónde están y con quién. Eso era lo que más nos importaba. Sabemos que estamos viviendo una época muy difícil, así que las aconsejaba. Si tenía que ir a recogerlas, lo hacía con mucho amor”.

Fue buen suegro, reconoce, porque siempre “a los buenos, a los malos y a los regulares los he recibido con los brazos abiertos. Los malos para decirles por qué son malos y los buenos para decirles por qué son buenos”.

A Natalia y a su esposo, en tono más serio, les recalcó que respetaran el hogar y a ellos como pareja, pues está convencido de que el día en que se pierdan el respeto se acabó el matrimonio. A su niña, con voz tan dulce como ese beso y ese abrazo que le dio al entregarla, le expresó que su casa seguiría siendo su casa, la de su marido y la de sus hijos. “Será la casa de los abuelos hasta que nosotros nos muramos. Le dije que se manejara bien en su hogar, que llevara todas sus obligaciones y que viviera bueno. Y que a mí me tendría, al igual que a su mamá, incondicionalmente, para lo que necesitara”.

DE: RAMIRO
PARA: ANDREA

Ramiro es un hombre de conversaciones profundas, de respuestas largas. Un coach de vida. Un papá enamorado de su familia. “Siento que uno de los privilegios más grandes de haber venido a este mundo es ser padre”. Y esa es solo una de muchas frases amorosas y especiales que le dedica a Andrea y a Daniel, sus hijos. También a su hogar, en el que el mayor premio que se han dado es sembrar felicidad y libertad para que ellos enfrenten su vida, sus retos, sus sueños.

Con ellos hay un vínculo 24-7, siempre están en comunicación, se encuentran, comparten. Desde que empezaron a estudiar los llevaba al colegio y los recogía. “Podía estar en la junta más importante, pero tenía una cita aún más importante con mis hijos. Siempre han sido mi prioridad”.

Andrea es, para él, un modelo de mujer. Un modelo de ser humano, “con una cantidad de cualidades que ya las tenía en su manual de vida. Si tú me preguntas anécdotas con ella, te digo millones. Tantos años con una persona que la vida te entrega en ceros, un cd en blanco para empezar a meter información, imagínate. Y es la información que ella está mostrando ahora, que es espectacular”.

Como parte de esa filosofía de familia, detalla Ramiro, viven cada día como si fuera el último. “Esto es prestadito y uno no sabe hasta cuándo va. Vivimos el día a día, agradecidos con la vida y con Dios por los regalos y el privilegio de compartir. Cada día es una oportunidad para aprender y enseñar”. Por eso, es claro para él que hay que trabajar los desapegos.

Saber que Andrea se comprometió con Jose fue algo feliz para este papá. “Ella es una mujer que para mí es mi alma gemela, que para mí es el motivo de vida, mi felicidad y alegría. Yo siempre he tenido esta forma de pensar: si nosotros trabajamos como papás para la felicidad de ellos y si este es el camino que eligen, pues mi resultado es felicidad”.

Su reacción cuando le dieron la noticia fue decirle a su hija que se sentarían los tres a conversar. Un encuentro “para entregarle el manual de vida, todo lo que sembramos en ti desde el día cero hasta hoy, para que él siga cultivando tu felicidad. Él se enamoró de la mujer feliz, de la mujer alegre, de la mujer segura, entusiasmada de cada reto; pero si él cambia el formato de vida, va a encontrar una mujer triste, deprimida, aburrida. Y esa no fue la mujer de la que se enamoró”.

Acerca de qué le dirá cuando llegue el momento de entregarla, Ramiro considera que con Andre no hay palabras guardadas. “Yo no guardo palabras para mañana. Nosotros vivimos el presente, presente, presente. El futuro es un sueño, el presente es una realidad”. Así que le dice hoy lo que siempre le ha repetido: que siga trabajando por la felicidad, por los sueños, que nunca pare de soñar, “que simplemente el servicio empieza por uno mismo, que después de que uno esté feliz, esa felicidad la puede compartir al mundo”.

DE: JAIME
PARA: MARIANA

Lo que hay entre Jaime y Mariana es difícil de describir. Es una relación incondicional, de confidentes, de amor profundo, de palabras cariñosas, de llamadas interminables. Algo muy fuerte. Romántico, querendón, “lloretas”, se declara admirador de esa hija juiciosa, brillante y soñadora pero disciplinada, al igual que él. Es uno de sus temas preferidos, y puede hablar y hablar de "sus muñequitas". De Nanita y Aletica. Sus amores, lo más lindo que le ha ocurrido en la vida.

Siempre se levantó a hacerles el desayuno. Les encantaba la colada de avena, los huevos y los pancakes caseros. “Los desayunos de la época”, explica él, porque cuando estaban pequeñas comían de todo, “pero a medida que crecieron se volvieron muy light”. Se ríe.

A los hijos hay que amarlos, dice, escucharlos, consentirlos, disfrutarlos. “Es estar con ellas, atenderlas, no es más. Por más que trabajara, yo llegaba a la casa a hablar con ellas. Siempre he sido un hombre de diálogo, conciliador, muy cercano”.

Este papá protector no tiene reparos en afirmar, entre risas y con acento ibaguereño, que como suegro, “¡los chinos me tenían pánico en la época del colegio! Les decía a las niñas: mis amores, todos los hombres somos unos desgraciados. Es que siempre fui muy crudo con ellas tratando de advertir los riesgos y peligros que hay”.

Sin embargo, cuando le pidieron la mano de Mariana, se llenó de felicidad. Las lágrimas cortan su voz cuando recuerda ese 15 de noviembre, cuando la vio vestida de novia, cuando entraron de la mano a la iglesia. “Lloré mucho ese día y he llorado mucho después, es sentir que le arrancan a uno algo del cuerpo, pero es el amor de papá. Yo soy muy apegado a ellas dos. Las dos se fueron de la casa cuando tenían 16 añitos, unas bebés”.

Siempre habló con Mariana del matrimonio, de los escenarios posibles, de lo bueno y de lo retador. “Nanita, ante todo la comunicación, la tolerancia, el respeto, el amor. Un matrimonio es de dos. Los dos ponen, los dos tienen que poner, porque la vida es dura y el camino es largo. Andrés es mi llave, es un hijo más en esta casa”.

Y cuando llegó el día, cuando Jaime entregó a su “muñequita”, le deseó toda la felicidad, que tuviera una relación basada en el respeto, con cariño, con detalles, con alegría. Le insistió que el amor siempre será lo principal y que al amor hay que alimentarlo. El mismo amor que los ha mantenido unidos a pesar de la distancia geográfica que los separa. Ese amor que hace difícil describir lo que hay entre Jaime y Mariana. Tan fuerte, tan mágico.

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