La fotografía para ella también es ese lugar común al que todos recurren cuando tienen que definirla: sí, es un recuerdo. Pero, Mónica, una mujer valiente, independiente, singular, que no se conforma con lo obvio, disfruta de ese arte por las emociones que desata: ver una fotografía puede evocar y traer de vuelta un poco de la felicidad que se vivió en ella, es verse a sí mismo con otros ojos y transformarse, es validar que estamos hechos de recuerdos, que somos emociones.

Por eso, después de 10 años de explorarse y descubrirse como artista, no le tiene miedo a dejar su huella, su sello, su estilo en cada una de las fotografías que hace. Suele dejarse llevar por su intuición a la hora de seleccionarlas, suele escoger las más emotivas, las más espontáneas, las más naturales, las que más allá de una pose, revelen un sentimiento; muestren el amor en sus diferentes facetas.

Porque, en definitiva, es la belleza de su imperfección la que lo aleja de apariencias falsas y lo convierte en algo puro, real.  

Tampoco le interesan mucho –a ella y a su equipo de dos fotógrafos que la acompañan en la empresa– las fotos donde las personas están preocupadas por la cámara. Les interesan, en cambio, que se conecten entre ellos, con el ambiente, con el resto del mundo. Les interesa contar historias por medio de fotografías, les interesan las sombras, los contrastes y los colores y que ellos también hablen, comuniquen sensaciones.

Les interesa ser un meme, con su significado ancestral y cultural: un agente de memoria, una fuente poderosa de recuerdos que pasa de generación en generación. Les interesa ser la unión entre recuerdos y belleza natural.