Trabajar para anunciar oficialmente historias de amor —quiénes, cuándo, dónde, cómo es el vestuario— es dicha y coherencia para Daniela, porque su mantra, su causa y efecto es que el amor es el único camino. Así ha sido desde siempre. Desde que hizo sus dos primeras invitaciones para esas dos amigas que se casaban el mismo día, hasta hoy. El amor es su sendero, su método y su marca.

El tiempo es amor. Ella suele dedicarle a una tarjeta lo que tenga que dedicarle. Suele —siempre— mandar a imprimir una por una en una Letterpress, una máquina de tiempos atrás que logra una textura repujada, más manual. Lo que las digitales no hacen. Suele, también, usar papeles que vayan en esa misma dirección. Como el earth pact, el cartón craft, el albanene.

Suele, al final, armar cada tarjeta, darle ese toque de lo hecho a mano, ponerle su sello. Comprender es amor. A Daniela le gusta reunirse con las parejas, conocerlas, ver ese amor de cerquita. Les muestra su catálogo de materiales, les pregunta sobre el estilo de la fiesta, visualiza una paleta de colores. Lee esa ilusión, la comprende. Después, vendrá la inspiración, el proceso creativo, la tipografía. Después vendrá su sello hecho tarjeta.

Conectarse es amor. Envía una propuesta. Una sola. Para no confundir. Para no abrumar. Siempre ha recibido un “nos encanta”, “así la imaginábamos”, “está perfecta” como respuesta. Un sí rotundo para elegir una tarjeta. Tan parecido al amor: un sí rotundo, para elegir a una persona.