Desde entonces, desde 2016, ser fotógrafa de lo real, de la naturaleza (la de animales, plantas y seres humanos) es su misión, lo que la hace feliz. Capturar las sonrisas, las miradas que desvelan ciertas emociones, la forma de moverse, de hablar; todo aquello que aparece sin necesidad de forcejeos ni intercepciones, todo aquello que lo innato revela. Es ese su sello, su ritual fotográfico: acompañar sin exigir, presenciar sin obligar.

No trabaja sola. Tiene un equipo que la acompaña y que bien ha sabido leerla. Todos coinciden en ese estilo orgánico, sin poses ni pretensiones.  En los matrimonios, a veces toman fotos, a veces filman, a veces hacen las dos cosas. Lo cierto es que frenan el tiempo, lo convierten en pequeños fragmentos de una realidad que siempre se ve feliz. A Male le gustan un montón esos días, cree que son una avalancha de energía y de emociones.

Cree que poder capturar eso es una fortuna. Cree que esa historia —la que ella retrató— será contada de generación en generación. Es introvertida y lo considera poder, porque —como el zorro— observa, es cautelosa para los detalles, los percibe con sensibilidad.

Cree que las cosas no son como son, sino cómo las vemos y allí, precisamente en ese lugar, está lo revolucionario de una fotografía: que  la luz es la misma para todos; pero los ojos que están detrás del lente son los que interpretan, los que miran, los que esculcan, los que terminan convirtiendo un rayo de claridad en un resplandor de memoria.

Así es Male para la fotografía, para el video: zorro, hogar, recuerdo, cautela, emoción, naturaleza inherente.