Por eso, se encargan de conocer los datos más relevantes de esa historia de amor para plasmarlos en un anillo, en un reloj, en un prendedor; con una figura, una textura, un color, algo que los represente. Por eso, hay diseñadores que dibujan la pieza en un programa 3D para recrearla fielmente. Por eso, hay artesanos certificados que la elaboran 100 por ciento a mano, en el taller de la Joyería donde los novios también pueden vivir una experiencia joyera, participando en la fabricación de sus argollas. Debido a la complejidad de cada pieza, pueden tardarse hasta ocho días en una sola. Por eso, hay un equipo encargado del control de calidad ¿El resultado? Una joya con un significado personal e intransferible, que nadie más podrá tener.

Y es que los significados lo son todo. Le dan sentido a la vida. Transforman un metal en un objeto preciado. Alfredo Restrepo, fundador y dueño de la Joyería Intercontinental, lo sabe muy bien. Sabe que el oro, desde épocas ancestrales, ha sido un regalo de lujo, que se le entregaba a quienes tenían comunicación especial con los dioses y que se sigue entregando como símbolo de importancia y trascendencia.

Sabe que la tradición es un tesoro y que las 13 monedas de oro, conocidas como “arras”, también lo son. Sabe que las seguirán elaborando, por la carga emotiva que conllevan. Sabe que desde 1981, cuando la marca nació, tuvo muy claro que quería crear joyas de alto valor, tanto en exclusividad como en emotividad.

Lo ha logrado. En la Joyería trabajan con el mejor oro, conocido como oro limpio. Trabajan con piedras de todo el mundo con un factor diferencial y es la calidad única en cada una de ellas. Trabajan con una sonrisa que brilla más que cualquier diamante. Trabajan con las emociones: con ellas se inspiran, con ellas diseñan joyas. Trabajan con los significados de los detalles y no se les escapa ninguno: Intercontinental quiere decir que traspasa fronteras, que va más allá de un solo territorio; al igual que las joyas que allí elaboran: trascienden, como el amor.