Conversa con ellos, les pregunta por “ella”, por sus gustos, su estilo. Quizás les pide una foto de la mano. Así se hace una idea de la talla, cuando ellos no la saben. Les cuenta la diferencia entre anillo de compromiso y argollas de matrimonio. Les muestra el taller, donde sucede la magia. En definitiva, lejos de venderles una joya única y personalizada, que nadie más en el mundo tendrá, por su elaboración a mano y el amor con el que es hecha, Mauricio los tranquiliza al momento de tomar esta decisión. La experiencia es igual de emocionante cuando las parejas los visitan para hacer sus argollas de matrimonio.     

Al lado de él casi siempre está Juanita, su hija, a la que genuinamente le fue transmitiendo también el legado joyero. Cuando era apenas una niña, le pedía ayuda para diseñar aretas, collares, pulseras —y todas se vendían— para que poco a poco la joyería la fuera conquistando. Lo logró. Logró que su hija se envolviera tanto en el cuento que fundó Joyas Juanita Ángel, su propia línea de joyería personalizada enfocada en un publico más juvenil. Ella se encarga de hacer regalos para las novias de parte de sus amigas, para la madrina, para el novio, siempre con la esencia de contar historias a través de las joyas.

Son una dupla perfecta, papá e hija, sabiduría y juventud, amor y pasión, tradición y chispa. Muchos de sus días los pasan escuchando historias de amor, guardando secretos y cumpliendo caprichos. Se atreven a darles consejos a sus clientes porque creen que más que un rubí, una esmeralda, un zafiro o un diamante grande o pequeño, es lo que un anillo o una argolla representa: la unión de dos, una alianza para toda la vida.

Mauricio y Juanita son cómplices del amor, de otros y de ellos mismos. La admiración mutua se nota a cien metros de distancia y si de sentir la vida cerquita se trata, a ambos les basta y les sobra con estar juntos. Mauricio no oculta que su gran fortuna son Juanita y Meua, su esposa; y Juanita, que le heredó la espontaneidad y alegría a su papá, tampoco niega que son un gran equipo. Ellos son la voz de la conciencia, son los ángeles terrenales —y guardianes— en el comienzo de un “para siempre”. Son el “sí, acepto”, los artesanos de sueños, los cómplices de los más tímidos y los más valientes. Son, sin espacio para las dudas, el testimonio de que la herencia es un tesoro que dura siempre. Y las joyas, también.