Matilde de los Milagros + Martín

Si esta historia fueran dos palabras: decisión y libertad. Si fuera un lugar: fácil, San Jorge. Si fuera un solo momento: difícil, ¿podrían ser todos? Si esta historia fuera solo un par de líneas, diríamos que es la de un amor que sabe menos de reglas y más de principios. Un amor que suma. Un amor con sentido.

El deseo de casarse llevaba meses rondando sus conversaciones. Lo charlaban sin indirectas, sin temor a que el tema empañara el momento. Lo expresaban con la confianza y la honestidad con las que suelen discutir sus asuntos. Era un deseo compartido en el que no tenía lugar la duda, solo la certeza de querer pasar el resto de la vida juntos. Lo de Matilde de los Milagros y Martín era –y es– un amor en sintonía. 

Matilde de los Milagros. Veinte letras elegidas por su papá, Gabriel Germán Londoño, en su obsesión porque sus hijas tuvieran nombres originales, únicos. En él no hay ningún guiño religioso, aclara ella. En cambio sí, tal vez, una intención (premeditada o no por sus padres) de forjar su personalidad. Resistió el bullying en la infancia y en el colegio, y aprendió a amarlo en la adolescencia, con todas y cada una de sus veinte letras. 

Supo hacerle honor a su nombre sin par (conocido), a su espíritu libre, a su carácter independiente y a su identidad feminista cuando decidió que sería ella la que le pediría matrimonio a Martín. ¿Por qué esperar?, ¿porque es la regla?, ¿por tradición y costumbre?, ¿porque así ha sido siempre? Y ella, que suele poner entre signos de interrogación las convenciones culturales, que se siente cómoda en contravía, no dudó en tomar la iniciativa. 

Aquella noche del 17 de noviembre –dos años atrás–, en su cama, empijamados, con la luz apagada, ya listos para dormirse, hubo un “hasta mañana, te amo”, hubo un “yo también”. Hubo una argolla sencilla y una propuesta silenciosa. Hubo algunos (pocos) minutos de angustia y confusión (¡y cómo no!), hubo un sí y, entonces, hubo felicidad. Hubo un abrazo que se repite cada noche. Hubo, después, sin proponérselo, una lección de libertad y autonomía. Para muchas mujeres, para todos los que conocen esta historia. 

Matilde es periodista, escritora, editora, orgullosamente feminista; Martín, gestor urbano, inmerso en el mundo de la política. Ellos han sabido construir su amor desde lo que los une y los diferencia. Se encuentran en principios básicos: el respeto, la amabilidad, la empatía, la creencia y la lucha por la libertad, por la igualdad; comparten un espíritu crítico, “nos importa tener una vida con consecuencias más allá de lo propio y de lo nuestro”, dice ella; “trabajar por transformaciones sociales, por aportarle algo a la sociedad en la que vivimos”, cuenta él. Y así lo hacen, cada uno desde su campo, desde su orilla.

Se suman, también, en la pasión por el cine, en el placer por la buena comida. Se restan en el fútbol –a Martín le encanta, a Matilde la tiene sin cuidado–, en sus horarios –Martín es diurno; Matilde, nocturna–, en el gusto estético –Martín no le presta mucha atención a la apariencia; Matilde, reconoce, sí tiene un ojo afinado, “tal vez lo heredé de mi papá”–. ¿Discusiones políticas? Las tienen, por supuesto, más de forma que de fondo. Nada que los divida, que comprometa su amor, su mutua admiración.

LOS NO Y LOS SÍ

Desde el principio tenían clarísimo lo que sí y lo que no querían que fuera el matrimonio. ¿Ceremonia tradicional y religiosa? No. ¿Vestido blanco? Nunca. ¿“Disfrazar” a las madrinas? Jamás. (Matilde quería que tuvieran libertad de vestirse como quisieran, aunque sí les “impuso” un elemento distintivo). No querían un matrimonio postizo, ni de guión, ni apegado al protocolo, ni que se sintiera forzado, ni mucho menos en el que la elegancia fuera impuesta. Querían, en cambio, un matrimonio que fuera espejo de su historia, de lo que son y lo que les importa; de lo que creen y lo que aman. De Matilde de los Milagros+Martín. De ellos y de nadie más. Cuando hoy miran atrás, es lo que más los enorgullece: que su unión fue auténtica, familiar, informal, descomplicada. En esa lista de “sí sabíamos que queríamos…” anotaron:

Matilde: un vestido distinto, con un color cálido y flores; casarnos en San Jorge, la finca familiar –en Pereira– donde vivió mi papá; que fueran mis hermanas las que me llevaran hasta donde Martín; que la mayor cantidad de personas que amamos pudieran decir unas palabras. Tener un tocador; que hubiera suficiente licor y bailar mucho; una orquesta en vivo que llevara muchos micrófonos y ser dueña de uno. Sabíamos que queríamos buenos fotógrafos y un video de buena calidad. Conservar los mejores recuerdos.

Martín: una fiesta grande, no por opulencia ni mucho menos, sino por poder compartir con el mayor número de personas que nos quieren y que han sido importantes en nuestras vidas. Escoger nosotros la comida y que esta se sirviera en el centro de la mesa, con un estilo más familiar. Queríamos que todo el mundo se sintiera cómodo, por eso las corbatas fueron opcionales y la única indicación que dimos fue vestirse de colores –menos de negro–. Queríamos que la gente estuviera muy feliz y relajada desde el momento uno y, para eso, ofrecer trago desde que se entraba a San Jorge. Dar Mil Demonios, un aguardiente único.

LA PLANEACIÓN

Decidieron estar presentes en todo el proceso, cuidar su historia de principio a fin. Relevarse cuando cada uno tuvo su pico de trabajo más alto. Ella estuvo a cargo del concepto, de la imagen, de la decoración, de los detalles. Él, de lo macro, del manejo de proveedores, de la música, de todo lo práctico y lo logístico. Asumir tareas 50/50 fue una prioridad para Matilde, que no quería organizar el matrimonio sola. Su vena feminista palpitaba cada vez que en el proceso sintió –por parte de la industria y los proveedores– que la preparación del matrimonio era una responsabilidad exclusiva de la novia.

No tuvieron wedding planner, en cambio sí el privilegio de contar con la experiencia, el gusto único y la generosidad de Franz Vandenenden y su estudio de arquitectura efímera. Franz, un amigo de las familias de Martín y Matilde, supo leer desde el primer instante ese aire descomplicado que ellos querían, supo guiarlos, supo darle su sello al concepto estético, a la escenografía, a la decoración. El resultado de ese sábado 18 de agosto de 2018 fue el de un trabajo en equipo: de los novios, de Franz, pero también de Lina Rivas, en la logística; de Mónica, la mamá de Martín; del tío y las tías de Martina; de Daniel Ochoa y su apoyo floral; del chef Juan Pablo Romero. De ellos que se comprometieron con esta historia, con este amor.    

LAS ILUSTRACIONES / LAS INVITACIONES

Si algo tenía claro Matilde –y volvemos a la lista de los “sí”– era que quería que la identidad gráfica del matrimonio le perteneciera al artista manizaleño Jenaro Mejía. Primo de su mamá, gran amigo de su papá. De la familia. Creció viendo sus cuadros, admirando su mirada sensible, su fascinación/preocupación desde siempre por la flora y la fauna en peligro de extinción. Creció vibrando, tanto como él, con la naturaleza, con ese verde y ese paisaje que los une. Siete dibujos originales fue el regalo de Jenaro para ellos. Los plasmaron en las invitaciones, en el vestido de ella, en los morrales que les dieron a los invitados. En las tarjetas del menú, en los marcapuestos, en la señalización de la hacienda, en la página web, en los álbumes de las fotos, en los kimonos de la madrinas. El color y los trazos de Jenaro fueron arte y compañía. Para exaltar este hermoso trabajo, Matilde quiso que las invitaciones, más que un papel informativo, tuvieran un uso extra: la decisión –muy acertada, pero controversial en su momento– fue que las ilustraciones de las tarjetas estuvieran detrás del texto, para que así los invitados pudieran usarlas después como lo que eran, como piezas de arte. (¡Bravo #1!)

Fiel a su identidad feminista, Matilde retó también la tradición de las invitaciones. Quería que fueran incluyentes. Omitir el señor y señora. Escribir los nombres completos y que, en el caso de las parejas, el de la mujer fuera primero. Este “pequeño acto político” la llevó a un intenso (pero sano) debate con la mamá de Martín, quien no entendía la razón de estas acciones. Lo comprendió después cuando, tanto ella como Matilde, recibieron un agradecimiento enorme de muchas mujeres por este gesto, por este reconocimiento. (¡Bravo #2!)       

EL VESTIDO / LOS TOCADOS

No quería nada que significara pureza ni virginidad. Por eso, Matilde le dijo no al blanco. ¿Cómo ir de otro color y no confundirse con una invitada? Ese fue el mayor reto. Para ella y para la diseñadora, Isabel Henao, quien supo interpretar sus deseos. Amarillo, su color favorito. Asunto resuelto. Ella quería que fuera más intenso, más evidente, que cuando hablaran de su vestido no dijeran que “era como un color hueso”, “como un crema…”. Isabel la guió hasta el tono justo. Además, con su equipo de diseño, creó un nuevo estampado a partir de las ilustraciones de Jenaro Mejía.

La imagen que habitaba en la mente de Matilde era la de ella, caminando por el pasto de San Jorge, y como si las flores crecieran de la tierra por el vestido. Así lo soñó, así fue. Llevó capa –no velo, por la misma razón por la que eligió no ir de blanco– porque quería un elemento distintivo, una señal de que ella y nadie más que ella era la novia. Las flores en su cabeza se las imaginó desde siempre. Le encantan. En Ora Floral Agency fueron cómplices para diseñar sus tocados. Dos: uno “suave y delicado”, para la ceremonia; y el otro “tropical, coqueto y atrevido”, para la fiesta. Los dos muy naturales, muy Matilde de los Milagros.

Quiso que sus madrinas y pajecitas también llevaran tocados florales. Fue su única “imposición”. Eso sí, les dio total libertad –que es su lema– para que eligieran cómo iba a ser su arreglo, cómo se lo querían poner y qué flores tendría. La idea de ver a sus pajecitas disfrazadas de novias chiquitas le parecía –le parece– macabra. Para ellas, entonces, diseñaron vestidos con un pedacito de la misma tela del suyo, para sintonizarlas con su look, pero con la comodidad de usar Converse intervenidos con florecitas tejidas.   

EL LUGAR: SAN JORGE

El matrimonio tenía que ser allí, en la hacienda San Jorge, en Pereira. Porque fue allí donde Matilde creció con su hermana, María del Mar. Porque es un lugar que significa todo para ella, que habita en sus mejores recuerdos. Que la define, que hace parte de su historia. Porque allí vivió con sus padres y allí también, ahora, reposan sus cenizas. Porque allí, el amor que sintió –que siente– por ellos sigue más vivo que nunca. Porque era la mejor forma de tenerlos cerca, de sentir su compañía. Porque, además, allí están sus flores favoritas, sus objetos preferidos. Porque en esa finca, en esa casa, en ese verde, en ese paisaje, está latente la huella de su papá, de lo que hizo, de lo que fue. Porque San Jorge es mágico por él. Porque San Jorge es poesía por él. Por ese cementerio de perros que diseñó para hacerles honor a los animales o esas esculturas que elaboró como un homenaje a las cosas que para él eran importantes: el trabajo, el conocimiento democrático, para todos. Tenía que ser allí porque San Jorge es un sitio especial, único, y eso era lo que Matilde y Martín querían que fuera su matrimonio.

Por eso, desde la planeación tenían como premisa lograr que la hacienda se luciera, que sus espacios hablaran, que les sirviera para generar una narrativa. Que San Jorge fuera un personaje más del evento. Tan fotogénico, tan escénico, tan histriónico. Que los invitados pudieran recorrerlo libremente. Admirar su belleza, su lago, sus árboles, sus jardines, sus flores, sus colores. Sentir su energía tranquila, su magia, y contagiarse de ella. Así lo soñaron, así lo vivieron.

MOMENTOS PREVIOS

En el hotel Sazagua, muy cerca de San Jorge, Martín pasó, con parte de su familia, el día y las horas previas a la ceremonia. Les pidió a sus padrinos que llegaran al hotel al mediodía, para almorzar rico, para tomarse unos tragos, para salir de ahí juntos a la finca. Tuvieron tiempo para “mamar gallo”, para abrir una botella de Ron Zacapa y hasta para meterse a la piscina. Para Matilde, la experiencia fue un poco distinta, “angustiante y estresante”. Ese día se levantó a las 5:00 de la mañana, tenía pendiente escribir sus votos. Estaba ya en San Jorge, con todas sus madrinas, y con un listado enorme de tareas por finalizar. Y ese que ella llamó su “ejército de mariposas”, fueron más bien como hormigas trabajadoras que le ayudaron a dejar todo en su punto. El tiempo se les fue volando y cuando menos pensaron, ya el novio estaba esperando y la novia aún estaba con los rulos en la cabeza. Fue un momento de tensión, confiesa Matilde, pero igualmente bonito, por sentirse acompañada de las mujeres que más ama, por la tranquilidad que le transmitieron.

LA CEREMONIA / LOS VOTOS

La cita era al lado del lago, en ese San Jorge de árboles gigantes y centenarios. El escenario era mágico. La compañía también. Con las personas que más quieren y que más los quieren. Martín entró con su mamá y su emoción se transformó en lágrimas al ver llegar a Matilde, con una sonrisa, tomada de las manos de sus hermanas, María del Mar (de azul) y María Adelaida (de rojo). Y sí, se vio tal y como ella lo imaginó, como si las flores brotaran del pasto y crecieran por su vestido. Se encontraron en un beso, en un abrazo fuerte y largo. En un pequeño deck flotante los esperaba Jorge Bernardo Londoño, tío de Matilde, elegido para oficiar la ceremonia.

Lo que siguió fue algo que también soñaron para ese 18 de agosto: que este momento fuera una celebración del amor a través de las palabras. Se escucharon las de Jorge Bernardo y las de Ligia Sierra, abuela materna de Martín; también las de su abuelo paterno, Álvaro Rivera Concha; las de Susana Londoño, tía de Matilde; y las de su hermana menor, María del Mar, que tanto la conmovieron. Palabras que evocaron recuerdos, anécdotas, consejos, buenos deseos, buena energía. Y entonces, cuando el amor es tan vivo, tan real, tan generoso, tan celebrado, pasa lo inevitable: se desborda en lágrimas, en sonrisas, en abrazos, en besos; en manos que cubren la cara, en aplausos, en la necesidad de sacar un pañuelo.

Matilde y Martín se unieron a esta celebración con la lectura de sus votos. Había mucha expectativa por los de ella, por ser escritora. Su fórmula al escribirlos ese mismo día, a las 5:00 de la mañana, fue sencilla: plasmar en ellos todo su sentimiento y su compromiso. Ser honesta, no prometer imposibles, evitar caer en clichés. Dirigió sus palabras a sus padres, a su energía que sintió todo el tiempo, para presentarles a Martín. Algunas de sus letras bonitas:


“Elegí a Martín Rivera Alzate con todo el poder del amor y la inteligencia que ustedes me heredaron, y estar parada aquí frente a él es la mejor decisión que he tomado en mi vida. Es una lástima, si algo merecía su presencia en este cielo, era conocerlo a él y a su familia. 

Entonces me dispongo a presentarles a Martín y a describirles lo que siento por él:

Despertarme a su lado es darle la cara a las causas más justas. Esas que cambian el rumbo de la realidad y hacen que cualquier dolor valga la pena. Y su amor es tan asombroso que hasta desafía mi escepticismo: aunque no creo en la vida después de la muerte, no puedo dejar de sentir que Martín es un regalo que ustedes me mandaron y sus virtudes son tan poderosas que a su lado no puedo sino imaginarme un futuro mejor, justo y libre: un futuro que vale la pena vivir.

Con Martín me siento segura. Segura de mí misma y del poder de lo que podemos construir. Siento que nuestro amor lo puede todo y aunque no lo necesito, sí lo añoro, cada instante. Su admiración y respeto por mi libertad me enamora profundamente y vuelvo siempre a sus besos tranquila y feliz. 

Entonces quiero que lo sepan: Martín es el mejor compromiso que he hecho con la vida y junto a él tengo muchas, muchas ganas de vivir”.


Martín dividió sus votos en dos partes. La primera la dedicó a la familia, tan vital para ella, al hecho de que al casarse con Matilde lo estaba haciendo también con ellos, con sus tíos, con sus hermanas, con sus primos. En la segunda parte, expresó todas las razones por las que se estaba casando con Matilde, todo lo que le gusta de ella. No fue una promesa de amor eterno, utópico, dice. Fue un compromiso de trabajar todos los días para hacer que su matrimonio sea para siempre. “Vendrán muchas libertades”, dijo al final, como un mensaje en clave, como una frase que les pertenece, y eso a ella la emocionó inmensamente. 

Y entonces, de nuevo, cuando el amor es tan vivo, tan real, tan libre, tan valiente; tan honesto que no promete utopías; cuando el amor es decidido, más de certezas que de dudas, pasa lo inevitable: se desborda en lágrimas, en sonrisas, en abrazos, en besos; en manos que cubren la cara, en aplausos, en la necesidad de sacar un pañuelo.

Sonidos clásicos y contemporáneos, canciones de Calle 13, de Shakira, de ChocQuibTown y más, sonaron en versión orquestada con los arreglos que el músico italiano Antonio Miscenà, director general del Cartagena Festival de Música, y Julia Salvi, fundadora del Festival, les dieron de regalo a los novios, a su momento especial. Después de la ceremonia, los invitados disfrutaron del coctel, debajo de un gran samán, mientras que Matilde y Martín, acompañados de sus familiares más cercanos, visitaron la pequeña capilla de San Jorge, donde firmaron su matrimonio civil. Fue allí porque es donde reposan las cenizas de los papás de Matilde. Fue allí porque era una forma de tenerlos como testigos de su decisión. Fue allí porque, después, Matilde dejó sobre un pequeño “santuario” los ramos que llevaron sus hermanas en la ceremonia. Otro momento emotivo, bonito, lleno de significado. Para ella, para todos.

LA FIESTA

Para una historia única, una fiesta igual. Para una fiesta así, un lugar especial. El elegido fue un sitio poco apto, pero sorprendente: la marquesina de San Jorge. Un lugar creado con el propósito de recibir mucho sol para secar alimentos, plantas y frutas y luego convertirlos en concentrado animal. Decidieron, con Franz Vandenenden, intervenirlo poco, no esconder su naturaleza agroindustrial, al contrario, enfatizarla. Querían que toda la decoración de las mesas salieran de la finca, de la casa: las flores, las frutas, las verduras. Los objetos antiguos, la aparente “chatarra” convertida en floreros, en elementos con historia y con sentido. La piedras con forma de corazón que coleccionaba el papá de Matilde, las máquinas de escribir, los fragmentos de cartas y poemas. Querían ser espontáneos, auténticos, fieles a la esencia de San Jorge, fieles a ellos.

Por eso, tampoco hubo buffet ni plato servido a la mesa. Querían mantener un concepto informal, más familiar, con la comida en el centro de las mesas, para compartir. El chef Juan Pablo Romero y su equipo de LAB Cocina Inspiración fueron los encargados de sorprender a los invitados con tantas delicias: asado de tira y salsa gravy de vino tinto, bondiola de cerdo braseada en vino de arroz, pollo rostizado, cubos de papa criolla rellenos con crema de cilantros y queso costeño, papas nativas ahumadas, aborrajados; lumpias de lechona y papitas crocantes para la medianoche; caldo de costilla, pan de choclo y mazorcada para la cena de despedida.

Mil Demonios, un nuevo aguardiente premium, con un sabor menos anisado, más cercano al vodka y a la ginebra, al hinojo y a hierbas endémicas de Colombia –destilado tres veces por lo que da menos guayabo–, fue el trago oficial de la noche, de la felicidad. Comieron, bailaron, cantaron, brindaron. Hubo espacio de nuevo para las palabras bonitas y sinceras. Esa noche del 18 de agosto, en San Jorge, le hicieron fiesta a un amor libre y auténtico, valiente y decidido. A ese amor único de Matilde de los Milagros y Martín. De ellos y de nadie más.

Querían un matrimonio que fuera espejo: de su historia, de lo que son y lo que les importa; de lo que creen y lo que aman. De Matilde de los Milagros+Martín. De ellos y de nadie más
Porque en esa finca, en esa casa, en ese verde, en ese paisaje, está latente la huella de su papá, de lo que hizo, de lo que fue. Porque San Jorge es mágico por él. Porque San Jorge es poesía por él
Quiso que sus madrinas y pajecitas también llevaran tocados florales. Fue su única “imposición”. Eso sí, les dio total libertad –que es su lema– para que eligieran cómo iba a ser su arreglo, cómo se lo querían poner y qué flores tendría
Les pidió a sus padrinos que llegaran al hotel al mediodía. Tuvieron tiempo para “mamar gallo”, para almorzar rico, para abrir una botella de Ron Zacapa y hasta para meterse a la piscina
Para una historia única, una fiesta igual. Para una fiesta así, un lugar especial. El elegido fue un sitio poco apto, pero sorprendente: la marquesina de San Jorge
La cita era al lado del lago, en ese San Jorge de árboles gigantes y centenarios. La ceremonia fue una celebración del amor a través de las palabras
Matilde llegó tomada de las manos de sus hermanas. Se vio tal y como lo imaginó, como si las flores brotaran del pasto y crecieran por su vestido amarillo
Con Martín me siento segura. Segura de mí misma y del poder de lo que podemos construir. Siento que nuestro amor lo puede todo y aunque no lo necesito, sí lo añoro, cada instante. Su admiración y respeto por mi libertad me enamora profundamente y vuelvo siempre a sus besos tranquila y feliz
'Vendrán muchas libertades', dijo Martín al final de sus votos, como un mensaje en clave, como una frase que les pertenece, y eso a ella la emocionó inmensamente
En un pequeño “santuario” donde reposan las cenizas de sus papás, Matilde dejó los ramos que llevaron sus hermanas en la ceremonia. Otro momento emotivo, bonito, lleno de significado
Querían mantener un concepto informal, más familiar, con la comida en el centro de las mesas, para compartir
Mil Demonios, un nuevo aguardiente premium colombiano, fue el trago oficial de la noche, de la felicidad
Un tocador estaba en la lista de los sí de Matilde. Fue muy feliz de tenerlo

Para ponerle sonido y movimiento a esta historia, y conocer más de las palabras que se dijeron ese día, aquí les dejamos el video, de Mat Fotografía.

Esa noche del 18 de agosto, en San Jorge, le hicieron fiesta a un amor libre y auténtico, valiente y decidido. A ese amor único de Matilde de los Milagros y Martín. De ellos y de nadie más

CRÉDITOS

  • Diseñador/escenógrafo: Franz Vandenenden.
  • Coordinación/logística: Lina Rivas.
  • Fotografía: Verónica Ramírez y Mateo Soto para VDF.
  • Video: MAT Producciones.
  • Ilustraciones: Jenaro Mejía.
  • Vestido de la novia: Isabel Henao con ilustración de Jenaro Mejía.
  • Tocados y ramos: Ora Floral Agency.
  • Maquillaje y peinado: Alex Ramos.
  • Traje del novio: Mirto.
  • Zapatos del novio: Banana Republic.
  • Arreglos florales fiesta: Daniel Ochoa.
  • Kimonos: Print Style, con ilustraciones de Jenaro Mejía.
  • Catering: Juan Pablo Romero, de LAB Cocina Inspiración.
  • Postres/torta: María Luisa (Pereira).
  • Música: La Gozadera.

Comentarios

  • Isabel Molina Vallarino 01-04-2019 20:04

    Qué absoluto espectáculo, qué belleza, también desbordé en lágrimas, qué hermoso fue leerla, me transporté a ese 18 de agosto, que ese amor bonito dure para siempre, ese amor el que se decidé día a día es el más sentido y consiente, Martín... Matilde estaba absolutamente preciosa!!! Qué bonitos son!

  • Andrea Maya 15-05-2020 04:05

    Espectacular, me encantan las bodas originales, que se salen de los protocolos, me parece mágica y con estilazo total, además una boda preciosa y emotiva, amores bonitos, de los que valen la pena.

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